La televisión, especialmente los programas de talk shows, reencuentros y reconciliaciones, ha servido durante décadas como un escaparate donde las emociones humanas se exponen sin filtros. Aunque muchos de estos programas se presentan como espacios de redención y esperanza, en la práctica han sido escenarios de acoso emocional, manipulación psicológica y graves vulneraciones de los derechos de los participantes. Cuando la búsqueda del "gran momento televisivo" prima sobre la integridad de las personas, las consecuencias pueden ser devastadoras.
El espectáculo de las emociones y la presión televisiva
Desde la popularización de talk shows en los años 90, la fórmula se repite: invitar a personas con historias personales intensas —reconciliaciones familiares, revelaciones dolorosas, solicitudes de perdón— y exponerlas en vivo ante una audiencia ávida de emociones fuertes. Lo que debería ser un proceso íntimo y respetuoso se convierte, en muchos casos, en un circo mediático.
Programas como The Jeremy Kyle Show (Reino Unido), The Jenny Jones Show (EE.UU.), Laura en América (Latinoamérica) y Caso Cerrado han sido ejemplos de este fenómeno. Si bien algunos logran manejar los conflictos con sensibilidad, otros priorizan la explosión emocional, aun cuando eso signifique poner en riesgo la salud mental de los participantes.
Los mecanismos son conocidos: manipulación narrativa, presión emocional, exposición sin consentimiento completo, edición tendenciosa y sorpresas planificadas que buscan reacciones extremas. El objetivo no es sanar heridas, sino generar rating.
Casos emblemáticos: daños colaterales de la exposición mediática
Steve Dymond – The Jeremy Kyle Show
En 2019, el caso de Steve Dymond conmocionó al Reino Unido. Tras fallar un polígrafo televisado para probar su fidelidad, fue humillado públicamente y, días después, se quitó la vida. El hecho desató una ola de críticas al programa y abrió un debate sobre la responsabilidad ética de los medios en la salud mental de sus invitados.
Jonathan Schmitz y Scott Amedure – The Jenny Jones Show
En 1995, Scott Amedure confesó su amor a su amigo Jonathan Schmitz en un episodio grabado sin que Schmitz supiera la naturaleza de la revelación. Humillado y confundido, Schmitz asesinó a Amedure días después. El programa enfrentó una demanda multimillonaria por negligencia y exposición irresponsable.
Juan Darthés – PH: Podemos Hablar
Antes de que estallara la denuncia pública de abuso sexual de Thelma Fardin contra Juan Darthés, el actor fue invitado a programas de televisión donde utilizó su aparición para victimizarse y manipular la percepción pública, pese a los rumores existentes en su contra.
La psicología detrás del acoso televisivo
Desde un enfoque psicológico, la participación forzada o manipulada en estos programas puede considerarse una forma de revictimización. Cuando una persona es obligada a revivir traumas o a interactuar con un agresor en condiciones no seguras, sufre un segundo daño emocional que puede ser igual o peor que el original.
Algunas dinámicas psicológicas involucradas son:
Coerción emocional: se genera cuando el programa, el público o el conductor presionan a una persona para actuar en contra de sus propios límites emocionales.
Gaslighting público: en algunos casos, los programas minimizan el dolor del invitado, haciendo que este dude de la gravedad de su experiencia.
Refuerzo de vínculos traumáticos: si el agresor busca la reconciliación públicamente, puede reactivar el "trauma bonding", una conexión emocional intensa y tóxica con el abusador.
Reexperimentación traumática: para las personas con Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), ser expuestos a la situación que les causó daño puede desencadenar crisis, disociación o empeoramiento de su estado psicológico.
Perfil de un narcisista en programas de televisión
Los narcisistas encuentran en la televisión en vivo un terreno fértil para sus necesidades de admiración y control. Según la psicología clínica, los individuos con Trastorno Narcisista de la Personalidad (TNP) tienden a:
Buscar situaciones donde puedan ser el centro de atención.
Mostrar una imagen de víctima para manipular la percepción pública.
Utilizar la exposición mediática para ejercer presión emocional sobre sus víctimas.
Carecer de empatía hacia el sufrimiento que causan a otros.
Cuando un narcisista acude a televisión para "reconciliarse", lo que realmente puede estar buscando es reafirmar su poder sobre la otra persona, no una reparación genuina del vínculo roto.
¿Qué pasa cuando el acosador es el invitado?
Existen numerosos casos donde acosadores utilizan los programas para presionar a sus víctimas públicamente. Ejemplos como los presentados en Caso Cerrado y Laura en América muestran exparejas insistiendo en retomar relaciones, minimizando las agresiones previas. La exposición pública puede llevar a que la víctima se sienta acorralada, incapaz de negarse sin ser juzgada por una audiencia manipulada hacia la empatía con el agresor.
Esto configura un riesgo psicológico conocido como revictimización secundaria, donde no solo el agresor perpetúa el daño, sino también el entorno social (en este caso, el programa y su audiencia).
¿Qué responsabilidades tienen los medios?
Los productores y conductores tienen una responsabilidad ética enorme cuando manejan historias sensibles:
Consentimiento informado completo: los participantes deben saber exactamente qué sucederá en el programa y dar su consentimiento sin coerción.
Protección de la privacidad: evitar la exposición innecesaria de información privada o sensible.
Apoyo psicológico: proveer acompañamiento psicológico antes, durante y después del programa.
Evitar la sorpresa traumática: no exponer a los invitados a situaciones emocionales extremas sin su preparación y consentimiento.
En muchos de los casos mencionados, estas prácticas fueron ignoradas en favor del impacto mediático.
Conclusiones: entre la catarsis y la explotación
La televisión tiene un enorme poder: puede ayudar a sanar heridas públicas o puede profundizarlas brutalmente. Cuando se trata de historias personales delicadas, ese poder debe ejercerse con extrema responsabilidad.
Exponer el dolor humano como entretenimiento no solo perpetúa ciclos de daño emocional, sino que también normaliza dinámicas de manipulación, presión y acoso ante millones de espectadores.
La audiencia también tiene un rol: aprender a identificar cuándo un programa deja de ser un espacio de expresión y se convierte en una maquinaria de explotación emocional.
Al final, el verdadero rating debería medirse no por las lágrimas obtenidas, sino por el respeto y la dignidad preservados.